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sábado, 8 de agosto de 2009

TdAp: Hijos del Paraiso IV c


Cuando se unió al ejercito en 1950 donó toda su colección de material cinematográfico —incluidos pósters que había hurtado de diferentes cines, a la Cinémathèque—; bajo la condición de que Langlois le dejara entrar gratis en la pequeña sala cuando volviera a ser civil. Langloisdijo que sí; así que alquilé una carretilla, y traje todos mis “tesoros” a la Cinémathèque”. Y esa fue la primera vez que hablaba con Henri Langlois.
La carrera militar de Truffaut fue tan desastrosa como la de Daniel. Desertó, se embarcó en un bergantín como una especie de convicto —me imagino que soñando con películas, con su nuevo “padre”, Henri Langlois— y fue afortunado de poder licenciarse de una pieza.
Siguió a la Cinémathèque a lo largo de sus peregrinaciones desde la Avenue de Messine a la Rue d’Ulm —en el Barrio Latino— y el Palais de Chaillot.
La Cinémathèque era ahora un “organismo” gubernamental, apoyado por el Centre National du Cinéma. Y el mismo Langlois se había convertido en un “bibliotecario”, sirviendo a las órdenes de André Malraux, ministro de cultura de Charles De Gaulle. Malraux consideraba a Langlois un bibliotecario mediocre. Ambos eran hombres testarudos con numerosos partidarios. Malraux era un novelista, experto en la historia del arte y héroe de la resistencia. Mientras que Langlois era una criatura ambigua que había sido ayudada por un oficial nazi durante la guerra, un archivista que se sentaba sobre latas de películas, ya corroídas, y que ni siquiera podía precisar el tamaño de su archivo, que viajaba de aquí para allá como un holandés volante, y creaba nuevas filmotecas donde podía.
Malraux se sentía molesto por el desorden de aquel hombre.
En febrero de 1968 relevó a Langlois de su cargo en la Cinémathèque, lo puso junto a Mary Meerson fuera de sus oficinas, con las puertas cerradas. Esto provocó un gran escándalo. Truffaut junto con los otros “niños” de Langlois, llevó el descontento a las calles. La mitad de la ciudad de París parecía rebelarse contra De Gaulle.
Pero Langlois no hizo nada por defenderse. Se quedó pegado a su apartamento en la Rue Gazanjugando al solitario, o arreglándoselas para que lo llevaran en coche a consultar a adivinos, los únicos —de acuerdo a él— que eran capaces de predecir el destino de la Cinémathèque”.
Hubo un clamor de protesta por parte de directores de todo el mundo. Chaplin, Kurosawa, Rossellini, Buñuel, John Huston, Nicholas Ray, Samuel Fuller, Lindsay Anderson, Joseph Losey, Elia Kazan, y cientos de otros amenazaron con quitar sus películas de la Cinémathèque. Pero fueron los métodos poco ortodoxos de Langlois y los grandes estudios norteamericanos, “los que realmente lo salvaron”. Durante la ocupación alemana de París —momento en le que las películas norteamericanas eran consideradas material de contrabando— Langlois actuó como un pirata, enterrando todos los filmes que pudo.
Según S. Frederick Gronich —director de la oficina europea de la Motion Picture Asociation of America— el pirata devolvió todas las copias de películas norteamericanas sin causar alboroto. “No había recibos intercambiados, ni archivos; él las devolvió. Pudo habérselas quedado, al igual que hicieron algunos archivos... pero con las copias que Langlois había protegido las compañías cinematográficas pudieron volver al negocio (en Francia)”.
Los estudios no se olvidaron de Henri Langlois. Gronich visitó a Malraux en la época de la crisis en la Cinémathèque, y le dijo que a menos que el “bibliotecario” recuperase su puesto, los estudios norteamericanos retirarían sus películas del archivo y boicotearían a la Cinémathèque. Malraux capituló, pero retiró la subvención oficial a la Cinémathèque.
Y Langlois se volvió a encontrar convertido en mendigo.

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