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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

domingo, 10 de enero de 2010

¿Adivinas quién viene?


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Mejor te duchabas, y cortabas ese pelo, Ninín.




Ha matado el tiempo aprendiendo a esperar, ha robado horas al sueño por ver sonrisas que eclipsan amaneceres y ha finiquitado un año que no olvidará. Esto no lo convierte en delincuente, sólo en decadente.



Su belleza cubista ha ido en aumento; por lo que, cuando se badabadumbadea por la acera, cada vez más ciegas lo llaman feo. No es que sea irresistible, dejémoslo en insufrible.




Se ha emocionado tras ver Avatar, aunque no ha podido dejar de preocuparse por un futuro en el que será más importante tener cabello largo que piernas operativas.

Después de comerse los muñones cineando Bienvenidos a Zombieland, no ha vuelto a ir al retrete sin tener cuidadete. (Regla novena: Antes de tirar de la cadena, pon la antena)

Sigue sin tener decoro ni receptor de televisión; pero eso no le ha impedido disfrutar de los 5 episodios de Dead Set, de la 3ª temporada de The Wire, ni de Monty Python, la versión de los abogados. No es que le guste el buen cine; ¡le encanta sentarse contigo!



Tras oír el (que ojala sea) último disco de Joaquín Sabina, comprendió la diferencia entre decadente y en decadencia; y aprendió que hay gente con más morro que él.

Su cinta con la banda sonora original de la serie Luz de luna vuelve a estar en peligro de extinción. Pero ha retomado el gusto por oír la música en casete, y así escuchar canciones y no kangurear por pistas de audio.

Evitar taraear los temas del supercalifrástico álbum de los Black Eyed Peas, The E.N.D., se convirtió en tan quimérico como dejar de acordarse de ti cada vez que ve una rosa. Olvidemos su mal gusto estético al mezclar cuadros con rayas… ¡preocupémonos por su declive neuronal!



Ni cuando va el baño —bueno, allí por lo menos le quita una mano— suelta su ejemplar meganudo del especial con el que la revista Rockdelux conmemoró su veinticinco aniversario.

Contra sus instintos más primarios —y así tiene las tripas—, intentó leer Contra el viento, la ventosa novela de Ángeles Caso. Le pasó la ventolera, y amainó la lectura. Si una ganó una cantidad planetaria por escribirla, él cuentista de este cuento alcanzó un sosiego cósmico al desleerla.

Mientras esperaba a quien no acababa de llegar —pero al final, llegó, y ¡cómo!— le entraron ganas de orinar.

Olvidando sus prejuicios, —que te ven con un libro, y la gente cree que lo quieres para leerlo— entró en una biblioteca pública. Por si soplaba poniente, sacó prestado —que no robado— el esencial poemario Un país mundano, del por siempre imprescindible John Ashbery.



Me preguntas qué hago aquí.

¿Esperas que de verdad lea esto?

Si así es, tengo una sorpresa para ti:

se lo voy a leer a todos.




Ésta fue su respuesta, arrancada de una página del libro, al ver la expresión de quien, por entonces, ya lo esperaba.



Más gordo, súper calvo y ultra aerofágico. Cada vez menos persona, y con cada latido más animal…


¿Adivinas a quién enloqueces?





© Nino Ortea. Gijón, 10/I/2010.

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