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sábado, 2 de octubre de 2010

El territorio de Jamie Delano y David Lloyd.

El Territorio

Jamie Delano, David Lloyd. Alex Comics. Serie limitada.

Jamie Delano sitúa su Gran Satán en un mundo bañado por las aguas del ayer y del mañana. En un tiempo en el que conviven pétreos circos romanos con cristalinas ciudades futuristas. En una época en la que fieros piratas alternan con despiadados ejecutivos, a los que aúna su condición carnívora. A la inconcreción temporal se une una indefinición geográfica. La acción transcurre en lugares ilocalizables en un mapa, pudiendo encontrarnos bien en otro planeta o en casa de nuestra vecina tras alguna catástrofe medioambiental. La vaguedad aparece aumentada al padecer el protagonista una amnesia que le impide recordar su nombre. Es más, puede que al igual que en una novela de Philip K. Dick nos hallemos ante la pesadilla de una mente enferma.

Esta recreación de una atmósfera paranoica, en la que todo un mundo parece conspirar contra un único individuo, nos muestra una sociedad dividida férreamente en castas, en la que los desarraigados sirven de alimento a los elegidos. Nos habla de una realidad en la que la televisión es el alcaloide del cerebro. Nos cartografía un territorio en el que una multinacional omnipresente ejerce funciones propias del Estado.

Esta temática de distopía futurista, no por conocida deja de ser atractiva. Delano articula su trama fantástica con mecanismos robados a la narrativa de aventuras y romántica: acción, suspense, chicas hermosas, mundos desconocidos, viajes en veleros, y una acertada plasmación de ese territorio peligroso llamado amor. En el cual una vez que nos adentramos abandonamos la seguridad del yo, para perseguir la quimera del nosotros.

Puede que al final todo sea un sueño, pero lo que está claro es que la pasión es el único Norte que guía al desorientado protagonista. Aunque sea un sentimiento obsesivo —semejante al que nos hace confundir una sonrisa con una insinuación— el frenesí que invade a Ismael es lo que le hace sobrevivir en un mundo cuyas normas desconoce.

Los lápices de David Lloyd permiten una lectura complementaria y a la vez distinta del relato. Su realismo al plasmar ambientes y personajes hace creíble el territorio descrito por Delano. Su uso del entintado y coloreado refuerza la expresividad de los personajes —cuyas muecas, sonrisas y gestos transmiten una realidad diferente a la que ve Ismael—; y reafirma la sensación alucinatoria con el uso de una policromía tenue.

Su dibujo actúa de contrapunto a lo narrado en primera persona por Ismael: frente a la subjetividad del texto se alza la objetividad de la imagen. Este contraste aumenta la ambigüedad en el relato, al mostrarnos al protagonista como un ser cegado que imagina más que ve; forzando a los demás a obrar de acuerdo con sus actos repentinos. Gracias a los lápices de Lloyd no apreciamos la atracción que el cree despertar en Scarlett, y sí entendemos que, cual James Stewart en Vértigo, se sienta cascabeleado al encontarse a una Ruby que es versión remozada de su mujer soñada.

Si crees que todos los territorios narrativos son iguales, adéntrate en el que nos acercan Delano y Loyd. Publicada en España hace ahora 10 años, quizás estos tiempos extraños —en los que los gobiernos apoyan huelgas no secundadas por trabajadores— sean el momento ideal para leer y soñar que otro mundo es posible.

Gracias

Nino Ortea

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