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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

viernes, 17 de diciembre de 2010

Fíjate en eso que brilla (1X02)


De hecho, si durante más de cinco años no tuve antena de teuve no fue por mi rechazo al medio, sino por mi mediatizado impoder adquisitivo. Que lo de tener que elegir entre alimentar el estómago o las neuronas, es una disyuntiva más angosta que la de escoger entre el muslo o la pechuga de una amante de la lechuga.

Vamos que para cuitas las mías; y no la de esos llorones televisivos que —a consecuencia de la inmundicia de los controladores aéreos— se quejan de no poder ir a casarse a Punta Cana. Yo me casé y divorcié en Gijón. Y bien que disfruté de ello.

Volviendo al tema de las ficciones televisivas y su reflejo de la que creo que es mi realidad —no pongo la mano en el mando, no vaya a ser que me despierte y, cual Tony Soprano, descubra que la vida es sueño—, la verdad es que encuentro más veracidad en una serie americana que en los telediarios de La 1ª. Que, de segundas, me río mucho con el noticiario de Intereconomía. Lo cual es de agradecer en estos tiempos de crisis en todo; menos en malas noticias.

Sin ir muy lejos en el tiempo —que he quedado dentro de un rato y no precisamente aquí al lado— hay tres series ficcionantes que tienen un lugar especial en mi corazón delator ante la belleza.

Battlestar Galactica es un relato casi perfecto. Con el encanto de lo sugerido frente a lo explícito.

Por faltarle, sólo le faltó incluir un tema de Prince en su banda sonora. Pero bueno, aparece uno de Jimmy Hendrix; lo cual es todo un lujazo en este mundo en el que no sólo las cylonas tienen un plan. Yo también tengo el mío. Y es de dominación global de tu corazón y exterminio a cosquillas de todo rastro de tristeza en tu ánimo.

Descubrí la serie en un momento vital que espero sea irrepetible. Pues si lo paso de nuevo, de ésa sí que me pasaré de tuercas.

Me emocioné y lloré en el que quizás haya sido mi proceso de catarsis más descorazonado. Justo cuando tanto la Ficción como mi Realidad hablaban de mundos desolados, encontré en la fábula televisiva la Esperanza que me negó una farsa afectiva. Mientras unos se negaban a ser clones, yo aceptaba ser el clown en un circo de pajareros. Acaso por entonces me tocaba reencarnar el espíritu de la tercera ópera de Puccini, 17 años después de haber estado en su casa.

Junto a Battlestar Galactica compartí:

Lo imperioso de mantener el ánimo en el vacío de soledad.

La dificultad de recuperarse de la ausencia de un ser querido, cuando vives a la sombra de un padre que te ve como un recuerdo de lo perdido.

La fuerza de la amistad frente a los prejuicios.

Los espejismos de un amor verdadero.

La confianza en un futuro mejor.

El carpe diem del momento.

Las palabras de aprecio de un padre inexpresivo.

Mientras vivía esta serie, mi salón se convirtió en una nave de combate armada de sentimientos. Y cada episodio en una escenificación de mi éxodo por el Purgatorio. Hasta que llegamos a un final que es un principio: hay VIDA después de la muerte.



Ver primer episodio.

Ver tercer episodio.

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