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jueves, 13 de enero de 2011

La invasión de los ladrones de cuerpos

En estos momentos, los enloquecidos y lo cuerdos nos zarandeamos entre los estados de alarma social y de alerta meteorológica. Y todo indica que se acerca el de delación pública.

Cuando no son unos controladores descontrolados quienes nos desafían como Estado, es la Naturaleza la que altera nuestro estado en su pertinaz intento de que en invierno haga frío y en verano calor.
Como ciudadanos que pagan sus impuestos, los españoles defienden su derecho a ir en mangas de camisa en invierno y a viajar en entretiempo. El que las estaciones limiten el viaje o el pelaje sólo es natural para los animales. ¿Qué es eso de que “causas de fuerza mayor” nos obliguen a cancelar bolos o nos impidan ir en bolas invierno? Como contribuyente, uno tiene derecho a vestir como quiera. O a ir a Punta Cana cuando le de la gana.
Además, con La Contaminación pasa como con El Infierno: que la sufran los demás. Los contribuyentes ya dejan muy claro, con las pegatinas que ostentan en sus coches, que son socios de Grinpis. Y bien que lucen en sus uniformadas vestimentas su conciencia de clase; pues con cada temporada se agrupan todos en la lucha final de las tendencias internacionales.
No hay nada más mediocre que no pertenecer a la clase media, ni más denostable que llevar calcetines con sandalias. No ser lo uno o llevar lo otro, te convierte en un extraño entre tus iguales.
Quienes antes te señalaban con el dedo por feo, te ignoran ahora por desclasado; y aunque los tengas a tu lado te dirán que no se habían enterado. “¡Ah, eras tú! No te había visto” –te sueltan mientras te preguntas porqué te hablan en pasado si estás allí presente–.
Quienes no te quieren ni te extrañan te convierten en un extraño. Y ya se sabe que los excesos y los extraños son la causa de nuestros males. Ellos son los que envenenan nuestros pozos, secuestran a nuestros hijos y ven Sálvame de luxe. Cuando el recurso al enemigo exterior no disfraza las zarandajas propias –pues “La amenaza amarilla” se ha convertido en “El aliado (a)dorado”– les queda el recurso al enemigo interior. De los judeomasones a los agujeadores de donuts, siempre hay alguien cerca que pone cerco a nuestra estabilidad.
Finalmente, el enemigo ha sido revelado:

¡SOMOS LOS DESEMPLEADOS!

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