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jueves, 23 de mayo de 2013

El desempleo de las oficinas de empleo



En la mañana de ayer 22 de mayo fui, sin quitarme el sayo, a la oficina de empleo. Pasaban 4 minutos de las 9 y no llegábamos a 6 los desempleados esperando turno. Mientras hacía cola, ojeé las numerosas levas institucionales de manos de obra a destinos internacionales: me sentí como un agricultor irlandés huyendo de “La hambruna”, o como un universitario famélico apuntándose a la tuna.

Imagino que si en ese momento hubiera entrado en la oficina cualquier pantagruélico amante de aguar gatos o ponerles cascabel, habría corroborado su mentira de que los desempleados somos unos desvergonzados a los que no nos gusta despertarnos antes de las 12. 


Un español de bien a esas horas no sólo estaría levantado, estaría levantando el país; de ahí que al no considerarnos españoles, esos gatunos nos quieran deportar al extranjero a ganar dinero en galeras germanas. Ya en casa, el minino se pondría a maullar sms con su manada televisiva, en los que se preguntaría dónde estábamos a esas horas, si no era en la cama, los millones de desempleados que deberíamos madrugar para primero abarrotar las oficinas de empleo, luego ir a abuchear a las sedes sindicales y por último acudir a mendigar a los pórticos de las iglesias.

Quizá ese añorante de la España donde se daba caña al diferente, no sepa que desde la época de su denostado ZP, a las oficinas de empleo sólo se acude con cita previa: al igual que a las audiencias reales o a las auditorías de Hacienda. De ahí que en estos tiempos inquietos, los desocupados no estemos quietos en las agencias públicas de ocupación, donde somos tan mal vistos como esos necesitados que rebuscan comida en los contenedores de basura.

De hecho, el señor funcionario que tuvo a bien atenderme –sin responder a mi saludo–  tras verse obligado a interrumpir su risueña conversación con un compañero, me urgió a que no volviera a ir a la oficina a renovar mi demanda de empleo. No hace falta que me ocupe con ir, ni que me preocupe por no asistir. Pues para eso está Internet, donde puedo sellar sin dejar huella en su asiento.

Así que ya sabes, si buscas un sitio donde poder sentarte tranquilo y sin miedo a encontrarte con algún conocido que te cuente sus problemas laborales, olvídate de parques y jardines: no hay mejor sitio que una oficina del Servicio Público de Empleo.

Quizá a ti, que lo lees, te suene a increíble; pero para los que lo vivimos es cierto: a los desempleados nos quieren parados en casa, o activos en Alemania.

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