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domingo, 9 de junio de 2013

El mensajero chivato.





El 2013 está siendo un año óptimo para los cazadores de tornados y un año pésimo para los seguidores de The Rock –resonante alter ego del sonriente Dawyne Johnson–.

Quizá el que el hipertrofiado John Cena lo mandara a la cama sin cenar este abril sobre el cuadrilátero de WrestleMania XXIX, fue un claro aviso de que se acercaban tiempos tan nuevos como decepcionantes para los incondicionales de The Rock, que a este paso vamos a acabar en guijarros.



Su papel en G.I. Joe: La venganza fue de ésos que te hace perder los papeles mientras piensas en las monedas que pagaste por el billete de entrada. Luego vino A todo gas 6, una película demasiado rápida que ya me había dejado demasiado furioso en su primera entrega, así que no me subí a su viaje.

Pero, dado el grato recuerdo que guardo de las pelis con mucha acción y poco presupuesto protagonizadas por The Rock, y como lo de ir al cine se ha convertido para mí en un alucine de emociones –similar al que sentía de adolescente al colarme en una película para adultos– no escurrí el bulto a la hora de desbaratar mi presupuesto e ir a ver El mensajero –originalmente Snitch(chivato), pero ya se sabe que los traductores somos mayoritariamente traidores–.




Por desgracia, esta película dirigida por Ric Roman Waugh está muy por debajo de otras accioneras de The Rock–como El tesoro del Amazonas (PeterBerg, 2003) o Sed de venganza (George Tillman Jr., 2010). Técnicamente, el director se centra en revisitar el cine policiaco de los años 70, usando el plano medio para las escenas intimistas y alternado el plano general con el subjetivo para los momentos de acción. Lo que unido a un montaje desigual de las tomas, dependiendo de la presencia o no en ellas del protagonista, se traduce en un ritmo tan desacompasado como mi corazón.



El guión es tan temblón como mi pulso. Se parte de la historia real de un padre que se infiltró en una red delictiva, buscando que su colaboración libere a su hijo inocente de una condena por narcotráfico. Desde un principio se descuidan detalles vitales de los personajes, lo que los convierte en meras sombras ajenas al foco de luz enfocado en un The Rock obligado –por la invisibilidad de sus compañeros– a interpretar numerosos papeles: padre, marido, ex marido, empresario, camionero, pistolero… sólo le faltó oficiar de acomodador en una sala de proyección casi vacía.

El libreto ignora subtramas enriquecedoras como la de denunciar la injusticia de un sistema legal que prima la delación, aunque con ella se inculpe a inocentes. O la de plasmar cómo las redes de traficantes están formadas en algunos tramos por ciudadanos libres de toda sospecha que obtienen ingresos ocasionales al colaborar con los narcos.



La interpretación de Dawyne Johnson es la esperada. La desesperante es la de Susan Sarandon, más preocupada por que no se le desencarnen sus liftings que por encarnar a su fiscal. Cada intervención del resto del reparto se convierte en una invitación a jugar al quién es quién televisivo: sale una de CSI, otra de Me llamo Earl, uno de The Walking Dead y otro de Modern Family.




Resumiendo: una película que vale menos de lo que cuesta su entrada. Aunque en esto, como en tantas cosas, debo de estar equivocado; pues en su exhibición en USA, la peli ha recaudado el triple de los 15 millones que había costado –si a The Rock le pagaron 5 millones de dólares, en 2001 por coprotagonizar El regreso de la momia (Stephen Sommers), pueden imaginarse la parte del presupuesto destinada a dotar a esta producción de unos niveles de calidad–,

Respondiendo a la pregunta con la que el Sr. Johnson nos saluda desde el cuadrilátero – Do you smell what The Rock is cooking?– le diría que, vistos sus últimos platos, estoy a punto de declararme en huelga de hambre.

Nino Ortea.

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