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jueves, 4 de julio de 2013

Creerás que un hombre puede volar.



Creerás que un hombre puede volar.

Ésta era la leyenda promocional del film Superman (Richard Donner, 1978) y que casi 40 años después sigue definiendo al que quizá siga siendo el reto más difícil para el personaje: que nos creamos que es humano, vuele o no.

 En la vida real, suele ocurrir que lo que nos atrae de una persona termine convirtiéndose en lo que nos aleja de ella. La kriptonita de la convivencia puede suponer un recorrido por el calvario que separa el devocionario de la expectación al bestiario de la decepción, cuando comprobamos cotidianidades como que a nuestra princesa de la boca de fresa se le olvida enjaguarse la boca los días que acaban en “s” y las noches que acaban en “o”.

También puede pasarnos que en caso de mantener ese misterioso endiosamiento que en su momento funcionó como atractivo, convirtamos en apóstata de nuestro cariño a la que creímos nuestra eterna apóstol, cansada de bajar y subir montañas para nunca estar a nuestra altura.


En la vida ficcionada, suele ocurrir que lo que nos atrae de un personaje termine convirtiéndose en lo que nos aleja de él. Todos hemos acabado hartos de las camisas de Chiquito, de la gabardina de Colombo y del bañador de Pamela Anderson.

Al igual que los antiguos dioses del Olimpo murieron al dejar el pueblo de creer en ellos, nuestros nuevos dioses –los iconos de la cultura popular– suelen tener una vida efímera como consecuencia de su sobreexplotación mediática; y en cuestión de una temporada pasan de lucir en los frontales de nuestras camisetas a arrugarse en el fondo de nuestros 
armarios.



Una de las contadas excepciones a esta volátil condición de héroe por un día cantada por David Bowie es Superman. Héroe de cómic entre cuyas innumerables proezas destaca la de haber convertido su nombre en sustantivo común en nuestra lengua. Heroicidad que se convierte en gesta si tenemos en cuenta que su incorporación se produjo en plena héjira cultural de una dictadura analfabeta y anglófoba, que hacía que en España el güisqui se bebiera sin soda y a John Wayne se le apellidara “vaine”.


Gracias a nuestros padres, todos crecemos queriendo ser buenos y justos. Gracias a Superman, algunos aprendimos que hace más bien una sonrisa que unos músculos.



Para leer un artículo diferente sobre otra alternativa de Superman, te invito a que visites miMetropolis en Tierra 2.


Nino Ortea.

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