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martes, 10 de diciembre de 2013

A través del espejo (323)



Nuestro problema es que no sabemos olvidar. Lo hacemos mal. Recurriendo a falsos recuerdos, proyectando culpas o subjetivando lo objetivo. No aceptamos nuestra realidad, ni reparamos en la ajena. Al igual que los personajes de la serie televisiva Perdidos, nuestros anhelos nos anclan a vidas que ya no nos esperan. 

 

Quizá, si nos fijamos en cómo actuamos la mayoría respecto a nuestras ficciones favoritas, veamos en ese comportamiento un reflejo de nuestra conducta social: acumulamos sus temporadas en nuestros estantes, a la espera de verlas; al igual que confiamos distantes en que aquél al que llamamos “amigo” no esté esperando, cuanto nos apetezca verlo.



Guardamos excelentes recuerdos de algunos de los episodios; pero, según fueron avanzando las tramas, nuestro interés hacia sus vicisitudes fue decreciendo. Una noche, al acostarnos, recordamos que no hemos visto la emisión de ese día, sin que su vacío nos quite el sueño. Dejamos de interesarnos por la información relativa a los que fueron nuestros personajes favoritos; y nos limitamos a mantener unos contactos mínimos con una ficción que ya no compramos, sino descargamos.



Un día, nos enteramos de que sobre nuestra serie amiga se cierne una amenaza de cancelación. Nos pegamos un atracón forzado de capítulos, pues tememos que nuestra ausencia tenga mucho que ver con la situación apurada que vive la ficción. La incorporación de nuevos personajes y los giros argumentales novedosos dificultan que sigamos los episodios recientes, así que nos dedicamos a revisar los antiguos. Compramos tazas, camisetas y tebeos de una producción que volvemos a recomendar a todos nuestros allegados; pese a que algunos de ellos han seguido viéndola durante este tiempo.

Si cancelan la producción, exteriorizamos nuestra decepción con unos productores que han ignorado nuestras muestras de afecto. No comprendemos que la ternura a destiempo nunca es compartida. No aceptamos que nuestra serie ha seguido su desarrollo sin nosotros. No es culpa nuestra el que la historia llegue a su fin.



Por alguna razón, me resisto a deshacerme de la serie Perdidos, aunque sé que nunca volveré a verla completa. Quizá por la misma razón, sigo llamando “amigo” a quien ahora es sólo un “conocido”. Por alguna razón, sigo guardando números de teléfono tras los que ya no sé si me espera una voz familiar. Por alguna razón, siempre se me olvida que ciertas relaciones sólo viven donde habita el olvido.

Si alguna vez vuelvo a llamarte, amigo, espero que sea tu voz la que me salude y me diga que las cosas tuvieron que empeorar un poco antes de mejorar.

Leer  A través del espejo (322)

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