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sábado, 14 de diciembre de 2013

Hombre come hombre.



No todos podemos hacer como el escritor Marcel Proust.

Insatisfecho con las circunstancias que lo rodeaban Proust decidió remodelarlas. Para ello no necesitó estremecer a sangre y fuego las calles. Para revolucionar el Mundo, le bastó con encerrarse en una sala acolchada y escribir la heptología À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido), obra en la que remodela la realidad con el cincel de los recuerdos. 
Está claro que pocos tienen el talento de Marcel Proust y contados son los que pueden permitirse eso de aislarse de manera acolchada del mundanal ruido, con lo que su medida nos resulta desmedida o inalcanzable.



Bien como escritores o como lectores, todos personalizamos nuestras vivencias; o dejamos que nos las particularicen. Y la mayoría participamos del anhelo de recuperar el tiempo perdido. Pero de ahí a la obsesión con retroceder en el calendario que les ha entrado a los mandamases de este país, queda una demasía. “Tempus fugit”, dice el aforismo latino, latinizado por los ladinos de los aforados y los forrados patrios en “Tempus lucrandi est”.

Llama la atención la desmemoria y desvergüenza con la que algunos políticos, relegados a la oposición, encabezan protestas sociales ocasionadas por sus políticas trileras. Aunque ellos se empeñan en endosárselas a quienes los han sucedido, hace apenas dos meses, en sus cargos y poltronas gubernamentales, a ellos se debe en parte–por acción u omisión– esta actual fractura social.



No dos meses, sino a casi 18 años atrás es donde nos retrotrae el actual Gobierno. Empeñado como está en presentar como garantías de sus logros futuros, sus “teóricos” éxitos del pasado.

Nuestros gestores son conscientes de que, tras la implantación de sus medidas económicas y laborales, serán más partido y menos populares; de ahí su revivir un tiempo refugiado en los calendarios. Nuestros gestores son inconscientes de que, al recordarlo, todos tenemos un pasado glorioso; al igual que, al añorarlo, todos los calvos describimos un cabello sedoso.



Por el cabello quiere arrastrarnos la Patronal a caballo pasado. Al herrado hace apenas un siglo, cuando el “paternalismo burgués” permitía a los empresarios descuidar, como hijos (abandonados), a sus empleados; en una estructura de prebendas y abusos similar a la que aún rige organizaciones tan rentables como “La Mafia”. Es preocupante el que estos prebostes acusen a los desempleados de aspirar a vivir de subsidios. Cree el urdangarín que todos calzan su calcetín, pues estos apandadores laborales deben sus beneficios a subvenciones, desgravaciones y aportaciones de dinero público a sus empresas privadas.


Dicen que el Arte es reflejo de la Vida. Quizá por eso ahora está en boga la ficción en la que el hombre se come al hombre.

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