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viernes, 4 de abril de 2014

Capitán América: Cuando despierta el durmiente IV



Y es que quien busque un tebeo de acción no se sentirá defraudado con El corazón de las tinieblas, donde el Capi se adentra en la jungla colombiana para rescatar a una unidad del USA Army, asediada por los sicarios de un señor de la coca. Esta operación de rescate aparece coreografiada por una sucesión de puñetazos, tiros, explosiones, muertes y traiciones; plasmados perfectamente por un Zezelj que corrobora su tremenda habilidad para la narración gráfica, mezclando sus lápices expresividad y dinamismo a apartes iguales, situándose su trabajo al mismo nivel que el de otros genios del tebeo de aventuras como José Ortiz o Joe Kubert.


Junto al enfoque, literario y gráfico, respetuoso con la tradición del comic-book de superhéroes, aparecen otros rasgos que personalizan y singularizan este El corazón de las tinieblas. Al igual que ocurre en otros relatos de Macan –como sus demoledoras historias para Grendel, recogidas en el recopilatorio Guerra de clanes– aparece el sin sentido de la guerra, privada de todo matiz heroico. Los soldados yanquis son unos inmorales, auténtica carne de patíbulo, que ven en el ejército la posibilidad de formar parte de una banda legal de delincuentes, visión en la línea de la plasmada en la película Buffalo Soldiers.

Los guerrilleros colombianos también carecen de todo romanticismo, no son presentados como sacrificados combatientes del Imperialismo, sino como una banda de inmorales que no lucha por el rescate de sus hijos, y sí por el placer de matar o morir matando. El Capitán América, icono tebeístico del heroísmo norteamericano, aparece totalmente desdibujado en una realidad donde se le echan en cara sus gestas, pues éstas llevan a la idealización de la vida militar, y a la consecuente pérdida de vidas humanas.

Este convencimiento de que toda violencia, incluso la aplicada para conseguir el bien común, desata más violencia aparece remarcada por el comportamiento del Capi, quien mediante su estoicismo y capacidad dialéctica convence a sus conciudadanos de que todos tenemos un potencial innato para el Bien, lo importante es dar el primer paso para dejar de ser escoria. Para defender unos ideales hay que creer en ellos; para combatir el Horror hay que conocer la Verdad, verdad que nos hará libres y puede llevarnos a cometer el acto supremo de libertad: decidir el sacrificio de lo que más queremos, de nuestra vida, en defensa de la inocencia que encarna un niño.

Macan también impregna a su obra de un sentimiento religioso muy cercano a la espiritualidad de los primeros cristianos, recurriendo a valores humanos –solidaridad, esperanza, generosidad, sacrificio...– que han intentado monopolizar las religiones institucionalizadas mediante sacramentos, mandamientos o votos. El concepto católico de “Libre albedrío” aparece reflejado en la decisión de los soldados de retomar el control de sus vidas, aunque esto los lleve a la muerte. Su religiosidad se baña en las aguas del Humanismo y el Paganismo.
El hombre redime sus pecados mediante sus actos, sin necesidad de pasar por vía crucis de penitencias, ni perdones divinos. El Paganismo aparece reflejado en la recuperación del concepto de la Vida como un baile con la Muerte. Idea reforzada por una atmósfera de Fatalidad que impregna la obra desarrollada como una gran prolepsis narrativa, en la que la inminencia de la muerte, vaticinada desde la primera viñeta, marca el ritmo de la historia. Aunque es un fatalismo que no obedece al capricho de los dioses, sino a la voluntad de los mortales. Unos soldados, muertos en vida, que, al igual que le ocurre al replicante de Blade Runner, cuanto más cercana ven su agonía más aprenden a amar la vida ajena.

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