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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

lunes, 29 de agosto de 2016

Sodapop




En la tarde de ayer se me ofreció, de refilón, participar en una actividad cultural. Una vez más, quien buscaba beneficiarse de mí solvencia se presentaba ante mí como un benefactor, y quería colarme su abuso como un acto de caridad.
Si en la Función Pública no faltan numerarios que (des)atienden al necesitado como si fuera un pedigüeño, no debería sorprenderme el que en las iniciativas privadas se nos trate a los apremiados como si fuéramos mendigos, y a cambio de nuestro trabajo se nos ofrezcan vales de comida, mientras que el dadivoso cobra en billetes de curso legal.
 
Image found in The Internet "head-in-the-sand-ignoring-the-truth"

Tras cerciorarme de que no entraba en los planes del oferente el pagarme por mi trabajo, rechacé con vehemencia su propuesta sin mostrar ningún interés por el qué, cuándo y cómo de la actividad. Me limité a referirlo a serviles que los dos conocemos y que se sentirían gozosos de ser usados.
El dadivoso no se tomó a bien mi negativa, e insistió en intentar rellenar el hueco en su cena laboral sentando a este pobre a su mesa. Para ello no sacó dinero de su cartera, sino que malos recuerdos de mi pasado: experiencias que viví como nefastas y que, en su interés desvivido, él evocaba como “grandes oportunidades que desperdiciaste”.

Fue entonces, y no antes, que me encorajiné ante el dadivoso. Y le hice saber mi hartazgo –en realidad usé otras palabras, que no considero desmedido haber dicho, pero sí que sería inapropiado el escribirlas– con gentuza como él, con miserables que conjugan el verbo “ayudar” cuando en el que piensan es en el “aprovecharse”, con mentirosos que me tachan de “engreído” por el mero hecho de no buscar el aprecio de los despreciables.


Ya en casa, me puse a ordenar carteles de cine nuevos en mi colección –desconozco el motivo, pero el ordenar objetos que me gustan apacigua mi disgusto–. Entre las reproducciones que he conseguido últimamente está una de la película Rebeldes (The Outsiders), en la que Francis F. Coppola adapta la novela homónima de Stephen H. Brurum. Al poco rato estaba muy entretenido mientras volvía a ver la película.

 Una de las pocas cosas que pido a quienes me conocen es que me dejen tranquilo. Una tarde en compañía que había transcurrido tormentosa, dio paso a una noche solitaria tranquila. Está claro que el infierno son los que están de más en mi tranquila vida solitaria.

sábado, 27 de agosto de 2016

Prince, Bowie and Queen a la Star Wars



The artist Steven Lear, a.k.a.  WhyTheLongPlayFace, shared the series that takes classic shots of Star Wars characters and meshes them with similar poses and aesthetics from some of music’s most timeless album covers.

The distinctive mash-ups are actually the artist’s specialty, and Star Wars isn’t the only subject that Lear has explored.Take a look at some of the pieces:









But, my truly beloved, if U really want to go and become mad ,U just’ve 2 press on this link




I hopey you can always see the sun: day or night.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Lejos de Pikachu, de Raichu y de ti



Pokémon is a media franchise managed by The Pokémon Company,
Hola:
Pese a lo que aseguran las malas lenguas, mi alejamiento del blog no se debe a que esté cazando Pokémones, sino persiguiendo sueños.
Quizá te interese ver este video, de apenas un minuto de duración, donde te cuento qué me mantiene a gusto en agosto, ahora que no estoy a tu lado.


Gracias por venir y enloquecer.

jueves, 11 de agosto de 2016

Mi pertinaz asimetría efervescente

Por mucho que me guste embellecer el trastorno de déficit de atención que sufro y recurra a llamarlo “capricho”, soy consciente de que mi comportamiento tiene mucho de gravamen y poco de antojo.

No recuerdo cuándo me vi obligado a autoimponerme un orden cotidiano que me sacara de mi pertinaz asimetría efervescente. Imagino que fue en algún momento entre los cinco y seis años, a lo largo del curso de párvulos: quizá todo empezó en alguna de esas mañanas en las que se nos mandaba colocarnos por orden alfabético antes de entrar en clase y yo solía alejarme de la formación para acercarme a cualquier cosa que me llamara la atención.

Castigos físicos, humillaciones públicas, intentos de convencer a mis padres de que era un “retrasado” y debían sacarme de esa escuela para ingresarme en un centro especial… el personal docente del Colegio Nacional Jovellanos recurrió a métodos atropelladores en su fogosidad por enderezarme. Según fui aprobando cada curso, fue evolucionando el grado de descalificación personal que sufría. Pasé de ser señalado como “despistado” a ser vituperado por “vagoneta”; y al dejar de vestir pantalones cortos para ir al colegio, comenzaron a largarme del aula y a lanzarme nuevos tipos de agravios, entre los que no faltó el dejar en el aire mi condición incipiente de “drogadicto”, adicción que explicaría mi condición de “alelado” en clase.

Recordándolo ahora, lo más triste de ese abuso docente fue que no era un niño violento o problemático, pero el hacer las cosas de manera diferente a cómo se me ordenaba –debido a mi estado de despiste– y la seguridad que mostraba frente a sus desprecios –al saberme querido por mis padres– hicieron que mis profesores me denostaran como un alumno rebelde.

Por otro lado hay un factor sociopolítico muy determinante para lo que ocurrió: mi etapa escolar transcurrió durante los últimos años de la dictadura franquista y el arranque de la Democracia en España, en una etapa (de 1970 a 1979) en la que a los colegios “públicos” aún eran acreditados como “nacionales”, y el personal docente de la escuela a la que asistía estaba conformado en su mayoría por maestros de edad avanzada o de mentalidad retrógrada. De ahí que imagine que haberles pedido a esos intolerantes que no discriminaran a los “diferentes” habría sido pedirles demasiado.

Para cuando empecé el instituto ya era demasiado tarde para que dejara de asociar todo proceso formativo impuesto con un intento de deformar mi individualidad: pese a la juventud de la mayoría de los profesores y a la fascinación que exhalaban mis compañeras, el miedo a pasarlo mal me volvió cobarde y decidí seguir al abrigo de mi laberinto emocional, lo que llevó a que afianzara una personalidad solitaria.

Luego vinieron los años universitarios; época en la que me atrincheré, en pliegues de piel sudada, de las ofensivas de una Realidad que temía que no tardaría en aniquilar mi individualidad.

La lucha sigue pese a las pérdidas y a las derrotas. Hoy hace doce años que falleció mi madre. Recuerdo con emoción cómo se encaminó hasta el Jovellanos con mi tarjeta de Selectividad para “metérsela por las narices” al director del colegio que había avalado la conveniencia de que dejara de estudiar y de que aprendiera un oficio.




Mi lucha es la misma en la que combatió mi madre: es la lucha eterna, desde que el ambicioso Caín mató al idealista Abel, por demostrar la valía de todos aquellos a quienes los mezquinos marginan por “inútiles”.

La que cuento es mi Historia, las que fabulo son nuestras historias: las de quienes ambicionamos felicidad y no poder. Mientras tenga voz, hablaré; mientras tenga voluntad, escribiré.

En la vida soy Nino, ante el teclado soy Nino Ortea. Frente a los miserables, no tengo pena ni olvido.

Tu atención al leerme compensa mi distracción y estimula mi ánimo.
Gracias, atento lector.

Nino

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